En la genealogía de
Jesús que nos presentan los Evangelistas Lucas y Mateo,
ninguno ha intentado “limpiar” la estirpe de Cristo, y
esto es conmovedor y apasionante. La mayoría de nosotros al
exhibir su árbol genealógico pretende “adornarlo”, para
no sacar a un primer plano las impurezas que en él pudieran
haber; no mencionamos el hijo de la calle, las concubinas y los
múltiples matrimonios, lo que para nosotros es vergonzoso, se
oculta y hasta se olvida. No obran así los evangelistas; todo lo
contrario, se resaltan las impurezas.
En las genealogías
hebreas no era común la aparición de mujeres; en la genealogía
que nos compete, se muestran cuatro y las cuatro con historias
tristes: tres de ellas son extranjeras (una cananea, una
moabita, otra hitita). Constituía un sacrilegio para los
hebreos casar con gentiles o extranjeros.
Nos sorprende que
aparezca sin tapujos Tamar, nuera de Judá, que,
deseando vengarse de él, se hizo pasar por ramera para fornicar
con su suegro a cambio de un cabrito. De aquella relación
incestuosa nacerían dos mellizos ascendientes de Cristo:
Farés (Peres) y Zara (Zéraj). Toda esta escena se detalla
en el capítulo 38 del Génesis y dichos ascendientes se
encuentran en Mateo 1, 3.
Otro caso de
ascendencia pecaminosa lo constituye el “sabio” Salomón,
hijo adulterino de David con Betsabé, mujer de
Urías el hitita, su amigo y general cercano, al que
condenó morir en batalla para quedarse con aquella: “Poned a
Urías en primera línea dónde la lucha sea más reñida y retiraos
detrás de él para que sea herido y muera” (2da, de Samuel 11,
15). Y estamos hablando además de dos escritores bíblicos:
David, autor de los Salmos y Salomón, autor del
Cantar de los Cantares.
Entre otros ejemplos
está Rajab, pagana de Jericó y ramera de profesión,
preservada su casa por Josué. Con ella procreó Salmón a
Booz.
Es prudente señalar
que a partir de la destrucción del segundo templo de Jerusalem
(año 70 d. C.) por el general romano Tito, la escuela rabínica
que sobrevivió fue la de los fariseos, y le tocó a un discípulo
del gran maestro Hilel, llamado Yohanan (Juan) Ben Zakai, dirigir
el concilio de Jamnia (año 90 d. C.). Este Concilio de Jamnia
restablece el Sanedrín, crea la Mishná o el nuevo código ritual
judaico, el canon hebreo de libros sacros, y entre otras
disposiciones, establece que la estirpe judía se transmite por
vía materna, en lugar de la paterna, como se tenía
anteriormente. De ahí en adelante, todo descendiente de
Abraham será reconocido como tal si su madre fuese la portadora
de la sangre hebrea. Sin proponérselo, esos sabios judíos
legitiman aún más la procedencia Davídica de Jesús a
través de María su Madre.
La ocasión navideña se
hace propicia para reflexionar sobre el misterio que encierra la
genealogía de Jesús. Lo que para muchos aparenta ser una
imperfección, culmina en una obra perfectísima, en la
Encarnación, Muerte y Resurrección del Hijo de Dios y de María.
Tal y cómo lo indica San Pablo en su Carta a los Filipenses (Cap.
2, vers. 5-11):
“Tened entre vosotros los mismos
sentimientos que Cristo, El cual, siendo de condición divina, no
codició el ser igual a Dios sino que se despojó de sí mismo,
tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y
apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por
eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo
nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los
cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese
que Cristo Jesús es el SEÑOR para gloria de Dios Padre.”
Fuentes Bibliográficas:
Enciclopedia Judaica, versión en Inglés, Editora Macmillan Company, Nueva York, Estados Unidos, 1971-1972
Nueva
Biblia de Jerusalem, versión digital por Desclée. Bilbao,
España, 2002
Teología
Dogmática III, Schamaus, RIALP, Madrid, España, 1959