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HISTORIA SOCIAL DE SANTIAGO DE LOS CABALLEROS, 1900-1916

de Edwin Rafael Espinal Hernández

 

Presentacn de la obra por Frank Moya Pons

 

 

Tomo I  y Tomo II

Después de varios años de habernos entregado su extraordinario primer volumen sobre la historia social de Santiago de los Caballeros, que cubre la segunda mitad del siglo XIX, Edwin Espinal nos trae ahora este segundo volumen, que retrata el proceso de desarrollo de Santiago como el más dinámico centro urbano del país a principios del siglo XX.

La copiosa documentación que este destacado historiador santiaguense ha recogido le ha obligado a dividir este volumen en dos tomos. Espinal ha hoyado en los archivos municipales y familiares, en las actas del ayuntamiento y en las páginas de los periódicos y revistas locales para desenterrar las noticias que explican cómo la ciudad fue adquiriendo fisonomía urbana entre 1900 y 1916.

Aquí aprendemos cómo la ciudad fue evolucionando, social y económicamente. Vemos el desarrollo de su centro comercial y del área residencial de la élite local al tiempo que crecen los vecindarios de clase media baja y gente pobre, famosos en el folklore nacional por sus pintorescos nombres y su conflictiva participación en los carnavales: La Joya, El Maco, Los Pepines…

Vemos también a sus munícipes desarrollando espacios y construyendo edificios que cumplían una clara función social, como fue el caso del parque central y su glorieta, la plaza Valerio, el matadero, la cárcel municipal y el hospital, entre otros.

Vemos además cómo Santiago continúa sustentándose en el cultivo y comercialización de tabaco, producto base de la economía y la democracia social cibaeña. Aprendemos, asimismo, acerca de altas y bajas en la evolución de ese mercado y, por tanto, de las crisis comerciales que afectaban tanto a los productores campesinos como a la élite mercantil que dominaba la comercialización del tabaco desde mediados del siglo XIX.

Uno de los capítulos centrales de la obra es el que Edwin Espinal dedica a la población y la inmigración de dominicanos y extranjeros. Santiago, junto con Puerto Plata, fue la ciudad que más cosmopolitismo podía exhibir a principios del siglo XX, pues fue un permanente centro de atracción de inmigrantes de muchas otras partes del país y, particularmente, de otros países.

Edwin Espinal describe con mano maestra el penoso proceso de llegada y adaptación de muchos de estos inmigrantes que tuvieron que soportar el rechazo, el desprecio, los prejuicios y hasta el bloqueo a sus actividades económicas por ciertos sectores de la población local. Pero también muestra cómo, de manera sostenida, los inmigrantes fueron incorporándose a la sociedad santiaguense a medida que iban mostrando éxito económico y según sus descendientes adquirían una mayor educación académica y se hacían criollos.

El perfil de esos inmigrantes era sumamente variado. En cada caso, su éxito de adaptación era una función de las personalidades individuales, pero también de su nivel educativo. En general tenían más éxito los cubanos, los puertorriqueños y los árabes, en tanto que a los chinos y los haitianos se les hacía más difícil obtener el ascenso económico y el reconocimiento social.

Esta obra se aparta de la casi totalidad de las historias de pueblos y ciudades que se han publicado en el país en muchos sentidos y puede decirse que, junto con el primer volumen, constituye la historia local más importante y acabada que se haya escrito en la República Dominicana.

En sus páginas desaparecen, como debe ser, las fronteras entre la historia y otras disciplinas sociales, y por ello vemos el análisis antropológico y sociológico imbricado en la narración cronológica que es tan propia de los textos históricos. En este sentido, esta es una historia muy moderna en su metodología, una historia que aspira a describir y analizar la totalidad de los fenómenos sociales, viendo la sociedad palpitando simultáneamente en todas sus manifestaciones.

Por ello Espinal inquiere acerca de las bases de la economía, no solamente estudiando la función de la producción tabacalera, sino también analizando el papel que jugó el ferrocarril en la dinamización de la economía santiaguense.

Además del ferrocarril, los demás medios de comunicación cumplieron una función crucial en la modernización de la ciudad y sus alrededores, como puede observarse en las secciones que Espinal dedica a los periódicos y revistas, al telégrafo y el teléfono y al papel revolucionario de las carreteras. Al igual que ocurrió en otras partes del país, Santiago aceleró su cambio social y económico cuando los caballos y los burros empezaron a ser reemplazados por los automóviles y hasta por las bicicletas.

De la misma manera, la presencia de asociaciones culturales y el aumento sostenido de centros educativos hicieron de Santiago una ciudad en permanente ruta hacia la modernización. Para 1916, la ciudad podía exhibir un vigoroso sector educativo y ostentaba una activa vida cultural sostenida por una ilustrada comunidad profesional y empresarial que no tenía paralelo en otros pueblos de la República.

Los miembros de esa clase alta apreciaban de tal manera el valor de la educación que los que podían enviaban a sus hijos al extranjero, preferiblemente a Estados Unidos, a estudiar aunque fuese el inglés y eso, en el curso de los años, les dio a muchos ciertas ventajas en el mundo de los negocios y de la política.

Las clases populares también recibían los beneficios del moderno sistema educativo local, aun cuando los contenidos de la educación fueran tradicionales y los habitantes de las zonas rurales quedaran marginados del mismo, ya fuese por la pobreza o por la lejanía de las escuelas.

En el ámbito urbano puede decirse, sin embargo, que había una aspiración social colectiva de recibir aunque fuesen los rudimentos de una educación formal, y de ahí la proliferación de escuelas particulares que completaban el elenco institucional educativo. Por encima de aquellas, y jugando un papel de liderazgo, se destacan la Escuela Superior de Señoritas y la Escuela Normal, ambas creadas dentro de la tradición pedagógica hostosiana.

Otros servicios públicos estudiados por Espinal, además de la educación, son los bomberos, la policía municipal, los hospitales, el laboratorio municipal, la policía sanitaria y el alumbrado de las calles con lámparas de acetileno.

De la instalación y evolución de estos servicios da detallada cuenta este autor, enlazando su narración con la descripción del origen de aquellos servicios se iniciaron en el siglo anterior, que ya había hecho en su primer volumen.

Espinal no descuida otros aspectos de la vida social de Santiago que hacían que esta ciudad funcionara entonces como la capital económica y cultural del Cibao.

Santiago contaba desde la segunda mitad del siglo XIX con un conjunto de instituciones que funcionaban como verdaderos motores de animación y desarrollo cultural. Dos de ellas, las sociedades Alianza Cibaeña y Amantes de la Luz, eran la columna vertebral de la vida cultural de Santiago, pero no eran las únicas instituciones de este tipo.

Santiago tenía también varios clubes sociales que, aunque concentraban sus actividades en fiestas y celebraciones lúdicas, fomentaban el espíritu de asociación y cooperación entre sus miembros, como también ocurría con las asociaciones estudiantiles y profesorales y los gremios obreros, que estimulaban la solidaridad comunitaria y la expresión de conductas democráticas en una ciudad de muchos talleres y artesanos.

Lo mismo hacían las logias, cuyo papel en Santiago solo podía equipararse con la labor filantrópica de esas asociaciones en Puerto Plata. De ellas, la Logia Nuevo Mundo No.5 tenía como timbre de orgullo haber sido decisiva en la preparación de los espíritus para la Guerra de la Restauración.

Espinal describe todo esto y mucho más y llama la atención al importante papel jugado por los periódicos y las revistas en la conformación de una conciencia comunitaria socialmente compartida. De esos periódicos, El Diario fue el más importante en aquella época hasta que empezó a compartir con otro periódico que décadas más tarde se quedaría solo en el mercado: La Información.

Completaban —y protagonizaban— la vida cultural de la ciudad un buen número de intelectuales y artistas que hacían de las artes plásticas, las bellas letras y el ensayismo su ocupación principal o, al menos, una actividad dominante en su quehacer personal. Edwin Espinal ha recogido en esta obra varios retratos biográficos y profesionales de estos intelectuales y artistas que le daban una fisonomía cultural a la ciudad muy distinta a la de otros pueblos del país.

Podría decirse que solamente La Vega, Puerto Plata y Santo Domingo podían exhibir una densidad de artistas y escritores como la que tenía Santiago en aquellos años. En estas ciudades había agrupaciones musicales, talleres de arte para enseñar a pintar, tertulias intelectuales para discutir de historia y literatura y orquestas de cámara que aprendían y difundían piezas clásicas europeas. Todas tenían sus bandas de música, de las cuales salieron luego notables músicos y compositores y todas celebraban retretas y conciertos públicos en las glorietas de sus parques centrales para regocijo y entretenimiento de la ciudadanía.

En esto Santiago no se diferenciaba mucho de esas ciudades que también marchaban hacia una creciente modernización a principios del siglo XX. En lo que sí se diferenciaba era en el mayor tamaño y dinamismo de su economía, en la mayor densidad de sus instituciones culturales, en la mayor educación empresarial de su élite y en su papel indiscutido de capital de la zona norte del país.

En las páginas de estos dos extraordinarios tomos, Edwin Espinal describe cómo se reconstruyó a sí misma esta ciudad después de la devastación del fuego de 1863 y cómo recuperó su función de centro logístico de la región cibaeña y la Línea Noroeste.

Su creciente modernización, sin embargo, no fue suficiente para borrar los rasgos característicos de la sociedad tradicional que la rodeaba y que contribuía a la pervivencia de esos rasgos. Cuando leemos las páginas que Edwin Espinal dedica a la descripción de la vida cotidiana, las costumbres y los rituales colectivos, entonces nos damos cuenta de que Santiago marchaba, como todos los demás pueblos del país, a dos velocidades.

Es en esta sección en que Espinal se luce como historiador social, parte antropólogo y parte sociólogo. Son páginas que se leen con una sonrisa de satisfacción al ver desfilar al pueblo llano y a sus élites en el carnaval, en los bailes, en las celebraciones patrióticas y fiestas patronales, en las procesiones religiosas, en los velorios y entierros, en los circos, en las presentaciones teatrales, en los primeros cines, en los juegos infantiles y los deportes, en las bodas y bautizos y en los juegos de azar.

Leyendo esta riquísima sección es que nos damos cuenta de que las diferencias culturales entre las distintas clases sociales eran más de forma que de fondo: todos bailaban, se casaban, jugaban, se divertían, morían y se enterraban más o menos de la misma manera, envueltos en el mismo tejido de costumbres que hacía de la población santiaguense un colectivo menos diferenciado que el que podría sugerir su aparentemente rígida estratificación social.

Esta obra de Edwin Espinal es un nuevo hito en la historiografía dominicana. No hay otra historia de ciudad o de pueblo, en dimensión y en complejidad, que se iguale con estos volúmenes.

Estoy convencido de que esta obra servirá de modelo, por muchos años, a todos los dominicanos que deseen escribir historias sociales de los pueblos y ciudades del país.

Mis más cálidas felicitaciones a Edwin Espinal por este nuevo jalón en su sobresaliente producción historiográfica.

Frank Moya Pons

 

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